Todos y cada uno de los días me veo obligada a dar explicaciones por no encajar en este jodido mundo. Que soy una zurda fanática, que le hago el juego a la derecha, que soy una feminista fanática, que soy machista, que estudio demasiado, que no estudio lo suficiente, que soy demasiado militante para ser artista, que soy demasiado artista para ser militante, que por qué no tengo novio, que tendría que conseguirme un trabajo de 8 horas que me «discipline», que mi ateísmo les resulta ofensivo a los creyentes, que ser miembro de un partido es ser un «idiota útil», que soy una pecadora, que soy una moralista… Uf! Resulta bastante agotador andar dando respuesta a todos estos cuestionamientos, pero si lo hago no es porque considere que quienes me cuestionan vayan a comprenderme alguna vez sino porque este ejercicio de explicar por qué una decide militar, estudiar, dibujar, no casarse, en fin, optar por una vida «no tradicional» en muchos sentidos, termina por reafirmar mis convicciones y me recuerda que no soy una rebelde sin causa sino que decidí a consciencia un camino que no es el que elige la mayoría.
Otra ventaja que le encontré a esta costumbre de tratar de contestar con argumentos claros a cada ataque que recibo es que otros se sientan identificados y se den cuenta de que no están solos. Tantas veces me conmovió leer que a otros les dolían o los indignaban las mismas cosas que a mí… Por eso creo que no es tiempo perdido el que uno dedica a argumentar sus convicciones ideológicas, morales o filosóficas, sobre todo estando en franca minoría respecto de lo que suele leerse y escucharse cotidianamente.
Pues bien, todo esto no significa que todas estas pequeñas batallas diarias que uno va librando, por ejemplo, en dicusiones virtuales, sean la clave para cambiar el mundo. Ojalá fuera tan simple. No, son cosas que está bien hacer, pero que no cambian la realidad por sí mismas. Que yo proclame a los cuatro vientos mi ateísmo no va a acabar con la reaccionaria institución de la iglesia, compartir carteles con consignas feministas no va a acabar con la opresión de las mujeres en sus casas ni en sus lugares de trabajo, ni denunciar la salvaje política imperialista del estado de Israel va a liberar al pueblo palestino. No. Hacer visibles estas demandas sirve para crear consciencia acerca de la necesidad de actuar concretamente en la realidad. Con la consciencia sola no vamos a ningún lado, pero es un punto de partida para tratar de que cada vez a más gente algún tema los sensibilice lo suficiente como para que su cabeza haga el «clic» que le falta para decidir organizarse y participar políticamente. En mi opinión, por dónde se empiece no es importante, siempre y cuando uno mantenga siempre la cabeza suficientemente abierta como para no estancarse arbitrariamente en una cuestión correcta pero no central. Con esto quiero decir que interesarse por salvar a las ballenas habla bien de una persona, por su sensibilidad y disposición a comprometerse con una causa, pero si después se muestra indiferente respecto de una huelga de trabajadores en contra de los despidos de sus compañeros, yo diría que le está pifiando, no solamente porque yo considero que una familia humana y su sustento «vale más» que cualquier animal (eso es cuestión de cada uno), sino porque tampoco es posible hacer ningún cambio significativo respecto del daño a las especies animales y al medio ambiente en general mientras la producción de mercancías a nivel mundial se siga rigiendo por el interés capitalista del lucro individual, en lugar de planificarse de acuerdo a las necesidades de la humanidad de conjunto (y, por qué no, de todas las especies). Pues entonces, para acabar con esta locura que hace que la salud y la educación sean negocios, que la tierra sea propiedad privada, que los recursos naturales sean simple materia prima para obtener ganancias y no para satisfacer necesidades populares, que la mujer sea mano de obra barata en las fábricas, gratuita en las casas, y objeto en las calles y las camas, lo único razonable es priorizar aquellas batallas que en concreto ayuden a los trabajadores a darse cuenta de su fuerza como clase, que los patrones son una casta parasitaria y que el estado capitalista y sus fuerzas armadas están ahí para perpetuar la explotación.
El primer paso es encontrar qué es eso que te revuelve las tripas, que no te deja dormir y que te genera la necesidad de salir a la calle a hacer ALGO y de juntarte con otros que sientan lo mismo. Después habrá tiempo para analizar la historia y la sociedad, y discutir qué tácticas son mejores que otras. Pero lo primero, lo que uno comparte con tantas otras personas que ni siquiera piensan como uno, es el ASCO. Ese asco hacia este sistema de explotación, miseria, dolor y muerte es la base para empezar a luchar contra él y, sobre la marcha, ir corrigiendo el rumbo a fuerza de intentar, equivocarse, aprender y volver a intentar.